
Por Pedro Benítez @PedroBenitezF.- En un lejano siglo III de nuestra era el emperador romano Diocleciano pretendió detener el alza incesante de los precios en todo el Imperio, estableciendo controles. ¿Adivinen que pasó?
Pese a que los edictos para controlar el precio de las cosas implicaba severas penas a los comerciantes que las infringieran, nada detuvo el incremento de los productos más demandados por la población y agregó un problema adicional: Colas para comprar en la ciudad de Roma.
Como hoy se sabe, los precios de todo subían en las distintas regiones del Imperio no por causa de los especuladores sino por la pérdida de valor de la moneda imperial.
La dinastía Ming en China abolió el uso de papel moneda porque su excesiva impresión provocó inflación.
De ahí a la hiperinflación en países tan distintos como Alemania, Hungría, Brasil, Argentina, Nicaragua y Perú en el siglo XX, pues la razón del incremento constante de los precios siempre ha sido, en todos los tiempos, el envilecimiento de la moneda.

Venezuela no es la excepción. La incontrolable inflación de hoy tiene sus raíces en la exigencia pública que el ex presidente Hugo Chávez le hiciera al Banco Central de Venezuela (BCV), allá por el 2003, para que le otorgaron “un millardito de dólares” de las reservas internacionales. Unos recursos que el ente emisor ya había monetizado en bolívares.
Chávez había heredado un proceso inflacionario con tendencia a la estabilización, tanto que su primera ministra de Hacienda fue la última del presidente Caldera, la doctora Maritza Izaguirre.
Luego de volver papilla la institucionalidad por medio del proceso constituyente de 1999 y 2000, le tocó el turno a la economía. Con la asesoría obsecuente de gente que aunque sabía el daño que se le infringía al país (Tobías Nóbrega y Nelson Merentes) se prosiguió a desbaratar todo el sistema cambiario nacional.
Se crearon fondos paralelos alimentados directamente por PDVSA, que controlados personalmente por el Presidente, tales recursos nunca pasaban (al menos no normalmente) por el BCV. Este se convirtió con el tiempo en una institución inútil.
La siguiente parada fue la tan cacareada Ley de precios y ganancias justas de octubre de 2011, que supuestamente iba a garantizar unos precios justos y estables para el consumidor. Pero como todo lo que viene de eso que, para entendernos, denominamos chavismo, el remedio ha sido peor que la enfermedad.
La Ley de precios y ganancias justas ha sufrido al menos tres modificaciones desde entonces, sin ninguno de los resultados esperados. Superintendentes de precios han venido y se han ido, sin que se resuelva el problema. Todo lo contrario, de mal en peor.
Pero parece que estas lecciones rigurosamente documentadas de la historia económica universal y nacional las desconoce el economista Alfredo Serrano Mancilla, titulado como doctor en el área por la Universidad Autónoma de Barcelona y principal asesor del presidente Nicolás Maduro.

Serrano Mancilla no es el único “asesor” económico del Gobierno que insiste en la insólita idea de que la inflación en Venezuela es un caso único en el planeta, pues no tiene un origen monetario, sino en el excesivo apetito de ganancias de los empresarios que medio sobreviven.
La superchería y charlatanería económica ha llegado a unos niveles simplemente demenciales, sobre todo si tomamos en cuenta que todos los más fieles aliados del Gobierno en el Continente ya no creen en la teoría clásica del valor (empezado por los cubanos).
Más de una vez se advirtió que cuando a la renta petrolera ya no se le pudieran esquilmar más, vendrían por la riqueza privada que más o menos sobrevive en Venezuela. Es aquí donde el movimiento político que empezó siendo el Polo Patriótico en 1998, ha degenerado en un grupo que actúa a todas luces delincuencialmente.
Las panaderías del centro de Caracas no están siendo expropiadas, ni siquiera tomadas por la fuerza. Están siendo asaltadas y saqueadas a la vista de todos.
Sin lugar a dudas una guerra contra el trabajo y contra el conocimiento.