Desde que el 5 de enero se juramentó Juan Guaidó como presidente de la Asamblea Nacional y el 10 de enero Nicolás Maduro ante el Tribunal Supremo de Justicia, las cartas están echadas. Los polos opuestos van a una nueva confrontación. Y tal vez sea el choque decisivo que conlleve a que Maduro y el chavismo se queden por años y décadas en el poder o que la oposición logre debilitar tanto al régimen que este no pueda sostenerse.
Ya se habla de desenlace. Ya se habla de un choque inevitable. Ya se habla de fuerzas que se mueven, y para muchos desconocidas. Por primera vez, he visto actores políticos y empresariales de envergadura desconcertados ante la línea lanzada por el joven presidente -35 años- del Parlamento venezolano. Porque algunos de estos actores le dijeron a Guaidó que hiciera lo contrario de lo que está haciendo y da la casualidad que sectores radicales de la oposición quieren que Guaidó haga también lo contrario de lo que está haciendo. Para estos últimos, Guaidó ya ha debido declararse Presidente de la República. El Gobierno también quiere esto para actuar, y en ese sentido la señal de este domingo de detenerlo por media hora. De modo que los extremos se tocan. Radicales y Gobierno coinciden.