En Venezuela está en vigor una medida de cuarentena total para tratar de contener la velocidad de propagación del Covid-19, que en tan sólo cinco días pasó de dos a 36 casos confirmados por las autoridades. El aislamiento incluye la suspensión general de clases y de actividades laborales, salvo en sectores estratégicos, una acción que si bien intenta disminuir el contagio hace que crezcan las dudas sobre la capacidad de mantener abastecida a una nación que se sostiene en un precario equilibrio.
En Caracas, por ejemplo, la medida no ha impedido que muchos salgan a las calles. Es menor la afluencia de transporte colectivo y es baja la circulación de autos particulares en un entorno donde el grueso de los comercios formales permanece con las puertas cerradas; pero eso no frena el paso frecuente de transeúntes, muchos de ellos con mascarillas improvisadas o reutilizadas sin ningún control sanitario.
Y es que la crisis de salud que arropa al mundo entero toma a Venezuela por asalto en uno de sus momentos de mayor vulnerabilidad, tras dos años continuos de recesión y dos de hiperinflación, en situación de impago de sus acreencias, con las finanzas de la nación agotadas y el aparato productivo destruido luego de dos décadas bajo un modelo fracasado.
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