La narrativa de los voceros del régimen es que se trata de traición a la patria. Apoyan la versión en un contrato firmado con una empresa de seguridad, hecho éste que tampoco avalo. Un país que contribuyó con sus hombres a liberar cinco naciones no debe aceptar tutelajes de grupos irregulares. Traicionar a la patria, sin embargo, tiene otras connotaciones, más allá de estampar la firma en un acuerdo mercantil y político. Veamos los hechos en una perspectiva más amplia.
Fidel Castro y su régimen dictatorial siempre tuvieron en la mira a Venezuela desde la primera visita de este a Caracas en 1959 cuando urgido de petróleo le planteó un trato a Rómulo Betancourt, quien lo paró en seco al decirle que los hidrocarburos venezolanos se vendían, no se regalaban. Fidel Castro entendió muy bien que tenía frente así a un líder y no a un títere y entonces se dedicó a financiar el derrocamiento de Betancourt electo en comicios libres el 7 de diciembre de 1958.
Para ello, La Habana se trasformó en base de operaciones de las guerrillas venezolanas, de manera abierta y pública. Fue Fidel Castro más allá y promovió dos invasiones a Venezuela en 1967, una por Machurucuto, en el estado Miranda y otra por las costas de Falcón. Ambas fracasaron ante la tenacidad de los soldados venezolanos. En la crónica del régimen esas invasiones fueron buenas y las de Macuto y Chuao son malas. Para mí, ambas fueron malas.
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