Al abordar este asunto en mi reciente libro, "94 paradojas para pensar el siglo XXI", expuse la incongruencia derivada del hecho de que una herramienta, de la que se esperaba que vendría a crear una sociedad mejor informada y más participativa, con el consecuente fortalecimiento de la democracia, ha traído la peligrosa deriva de la realidad distorsionada por la "post verdad" o la "mentira deseada" en la que muchos viven, coletazo del "mundo del algoritmo", que define y dicta cómo obtenemos información en estos días.
En vez de garantizarse un flujo de información de calidad, a partir de la cual las audiencias pueden tomar decisiones sobre bases ciertas, las mentiras deseadas refuerzan prejuicios, profundizan sesgos, en suma, ratifican aprensiones, con afirmaciones sin fundamento y campañas difamatorias, que acentúan la polarización, dificultan la gobernabilidad y, por lo tanto, socavan la democracia.
Recientemente, The Atlantic Magazine publicó un reportaje muy ilustrativo sobre cómo la campaña de Donald Trump abusa en las redes sociales a través de una inversión milmillonaria, precisamente para fortalecer obcecaciones y dragar la institucionalidad.
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