Por José Manuel Rotndaro (KonZ).- Ya es una rutina que en discusiones e informes sobre temas económicos en América Latina, Venezuela es usualmente omitida. Esto en gran parte obedece a que las cifras disponibles son absurdamente diminutas al compararlas con las del resto de la región.
Esta situación a veces recuerda la isla de Lilliput, que aparece en el famoso libro de Jonathan Swift, Los viajes de Gulliver. A los ojos de nuestros vecinos, la economía venezolana ha quedado reducida, al evaluarla en dólares, a una miniatura de lo que se esperaría de un país por su población, recursos y extensión geográfica.
Pero con ese Lilliput basado en el bolívar convive otra economía, basada en dólares, lo cual está generando tensiones y contradicciones que están complicando el día a día de los venezolanos, las empresas y el propio gobierno de Nicolás Maduro.
Siguiendo la analogía de la obra de Swift, los venezolanos que sólo tienen acceso a bolívares se encuentran con Gulliver en la segunda parte del libro, en Brobdingnag, rodeados de unos gigantes que contemplan al bolívar como una curiosidad. Si bien no es posible saber cuántos venezolanos reciben dólares, o como remuneración o por envíos del exterior, difícilmente será una proporción significativa. Para millones de venezolanos, la economía dolarizada bien puede estar en otro planeta, inalcanzable e incomprensible.
La frontera entre las dos economías
El punto de contacto entre ambas realidades es la tasa de cambio, afortunadamente ahora convergente en torno a un mismo valor. La abismal diferencia de escala entre esas dos realidades queda ejemplificada con la actuación del Banco Central de Venezuela,BCV, en las últimas semanas.
Por un lado, el gasto público ha venido oscilando entre 5 y 9 billones de bolívares semanales según fuentes privadas. Esta suma en ocasiones triplica los ingresos fiscales por impuestos y lo recibido de Petróleos de Venezuela, PDVSA, y en buena parte refleja la decena de ‘bonos’ que el gobierno entrega a cerca de 9 millones de personas. La diferencia entre lo gastado y los ingresos es cubierta con bolívares que el BCV entrega al gobierno, la llamada emisión inorgánica.
El BCV, buscando amainar el impacto sobre los precios y la tasa de cambio que tienen esos bolívares, ha recurrido últimamente a la venta de dólares en billete a la banca, como ha reportado Bloomberg. A diferencia de la venta de euros en billetes que viene realizando desde el año pasado, los billetes en dólares tienen una gran demanda, contribuyendo a absorber una buena parte de la liquidez creada por la emisión inorgánica.
El BCV no anuncia el monto de las divisas vendidas, pero estimaciones obtenidas de la banca ubica la intervención semanal en cerca de 10 millones de dólares. Es decir, por esta vía el BCV está esterilizando 2 billones de bolívares, entre 30% y 80% de la emisión inorgánica.
En la medida que estas intervenciones secan al mercado de liquidez, el BCV logra mantener estable la tasa de cambio. Cuando no puede u ocurre un evento específico, la cotización salta abruptamente.
Maduro en el mismo atolladero de Cuba
Lo antes descrito resulta parecido a la dualidad cambiaria que tiene Cuba desde hace casi tres décadas. Allá conviven una economía paupérrima que utiliza el peso cubano original (CUP) con otra dolarizada. En una primera etapa las personas y empresas en el perímetro de la economía dolarizada usaban billetes de dólar, pero desde 2004 han estado utilizando el llamado peso convertible o CUC.
Esto ha generado todo tipo de distorsiones como por ejemplo empresas con pérdidas en su contabilidad en CUC pero florecientes cuando se expresan en CUP o el caso de organismos oficiales donde algunos funcionarios cobran en CUC y sus colegas en CUP, creando resentimiento.
Por más de 10 años el gobierno de La Habana ha intentado acabar con esa dualidad, pero los pasos que ha dado son tímidos, como el más reciente de ‘permitir’ (léase ordenar) que dos tiendas estatales que aceptan sólo CUC, den el vuelto en CUP.
¿Por qué ha tardado tanto Cuba en unificar las dos monedas? Por las mismas razones que hacen extremadamente complejo normalizar las dimensiones económicas en Venezuela. La salida lógica y justa sería llevar los ingresos en bolívares de la población a un nivel comparable con los precios expresados en bolívares que tienen los productos cotizados en dólares.
Pero esto demandará multiplicar por 20 o más los salarios y pensiones, garantizando que no haya un salto en los precios y en el tipo de cambio. Esto es imposible de lograr en un entorno fiscal deficitario y sin un nivel de reservas internacionales en el BCV suficiente para esterilizar, al menos inicialmente, el salto en la liquidez.
La alternativa, sugerida por personas en la oposición y algún que otro chavista fuera del gobierno, es dolarizar los salarios y, en general, toda la economía. Esto no es viable con un población extremadamente dependiente de ingresos provenientes de un Estado que no genera suficientes dólares para cubrir ese gasto.
Por lo pronto, y en la medida que no haya un salto sorpresivo en el precio del crudo y en la producción petrolera del país, la economía en bolívares seguirá su marcha acelerada al mundo microscópico.
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